Concierto en Donostia-San Sebastián, auditorio Kursaal, 23/07/2022

El concierto de Iggy Pop en la ciudad de la Bella Easo llevaba anunciado desde noviembre del año pasado 2021, y sorprendentemente, iba a tomar parte dentro del marco del Donostiako Jazzaldia / Festival de Jazz de San Sebastián.
Por aquel entonces, la industria farmacéutica estaba comenzando a ejecutar su plan de vacunar a toda la población mundial mediante la coacción y en esas circunstancias, el futuro a más de un día vista resultaba ser un espejismo. Y eso es lo que representaba el anuncio del concierto de La Iguana en “tu casa”: una ilusión transparente creada en un oasis en medio del desierto. Todos los conciertos sobre la faz de la Tierra sufrían cancelaciones y continuos aplazamientos, y los pocos que tenían lugar se llevaban a cabo por parte de artistas locales y plagados de impedimentos miserables.
Pero un acto de fe te hacía creer… en algo… en lo que fuera… en la música, quizás. Y ciego, decidiste adquirir las entradas a un precio desorbitado de 80€ nunca visto previamente en este tipo de eventos. Pero por si acaso, te las agenciastes en el mismo instante en el que se pusieron a la venta. De hecho, resultaban ser las entradas más caras de toda la historia del Jazzaldi en sus 57 años de existencia (casualmente, en la misma época que el sistema capitalista estaba comenzando a ejecutar su plan de eliminar la clase media en favor de la pobreza, la gran inflación mediante).
Pasan los meses y llega el día sábado 23 de julio del 2022. A lo largo de los años, has presenciado infinidad de conciertos, has visto a Iggy un buen puñado de veces y has bailado y cantado junto a él sobre el escenario en ocasiones repetidas. Por tanto, se puede decir que estás pasado de vueltas y que has vivido de todo en el mundillo de los conciertos de rock. Hay que añadir que los años de pandemia reconvierten al individuo superviviente en alguien más pragmático y uno ya no se sorprende de apenas nada, porque aprende a ver venir la crudeza desde la distancia. Te has convertido en un ser prácticamente insensible. Te cuesta incluso disfrutar de algo tan vivo como la música. Y por tanto, una figura como la de Iggy Pop puede dejar de imponerte o interesarte, acostumbrado a las múltiples calamidades que te rodean y que no te permiten más que sobrevivir un día más. ¿Acaso se ha perdido el amor en el mundo? Quizás, quién sabe… Iggy canta «Love’s missing».
Tal y como se ha dicho previamente, estás de vuelta de todo, y en pleno verano del 2022, con los precios de cualquier artículo o servicio por los aires, justamente una hora antes del concierto, en lugar de tomarte un café a precio neutro de 1,50€, te subes, te revuelves contra todo, haces lo que se supone que no debes hacer y te vas a tomar un café irlandés al lujoso hotel cinco estrellas María Cristina al precio delirante de 11,00€. Porque tú lo vales.
Allí, un camarero le comenta al otro: “Ahora es el concierto de Iggy Pop. Anoche estuvo aquí y se comportó muy correctamente”. Y en ese momento, una sensación eléctrica te recorre el cuerpo, ya que en ese mismo instante acabas de ser consciente de que en cuestión de unos minutos vas a tener delante a nada menos que… ¡¡¡el PUTO IGGY POP!!! Y eso no sucede todos los días. Ni siquiera todos los años. Tu muro de frialdad estalla en pedazos y una sensación de nerviosismo y excitación se apodera de ti, como si el niño que llevas dentro hubiera tenido acceso a las llaves de la tienda de juguetes. Se ha roto la jaula y hay un animal que quiere salir.
Entras al Kursaal, te sientas en la primera (¡primerísima!) fila en la butaca centrada nº8 y esperas impaciente a que todo de inicio.

Se apagan las luces y los instrumentistas toman filas y comienzan a tocar el primer tema: “Five foot one”. La banda suena bien, engrasada y cálida con los matices jazzísticos provenientes de la nueva sección de vientos. Desde el fondo del escenario aparece el PUTO IGGY POP y se acerca al micrófono a cantar la primera estrofa. La poca ropa que lleva es de color negro a juego con la decoración crepuscular del escenario (pantalones de pinza dos tallas más grandes, casi caídos y ausencia de ropa interior; chaqueta americana, de la cual se desprende pronto). Luce su eterna melena rubia (teñida desde hace años), perilla y una cadena de gruesos eslabones al cuello. Esos abalorios le hacen aparentar un espíritu más juvenil del que realmente atesora. Puedes observar esto perfectamente cuando Iggy hace un gesto elevando el brazo e indicando hacia el público. La piel de su mano está completamente arrugada, y las venas sobresalen gruesas. Su dedo índice denota cansancio: no se mantiene ni firme, ni recto, si no que toma una forma arqueada hacia abajo, como si la fuerza de la gravedad estuviera ganándole la partida. Pero haciendo una retrospectiva, el paso del tiempo le ha dado la razón en ciertos aspectos relevantes de la vida. ¿Qué pensará aquel que un día decidió destrozarse la cara a costa de bótox acerca de la fachada arrugada de Iggy; de su nariz hinchada por el gusto de tomar vino francés; de su cadera desencajada; de su cojera; de su rostro viejo; de su torso despellejado? Pues seguramente, en el fondo sentirá celos de él. O mejor dicho, de su coherencia, de su constancia, de su evolución y de su libertad en marcar y recorrer su propio camino. El punk terminó convirtiéndose en todo fachada, pero también tiene un fondo. Y al final, el tiempo ha demostrado que el fondo de Iggy era correcto. En el fondo tenía razón (a pesar de las apariencias, tan equivocadas habitualmente).

Pero volviendo al presente, lo que realmente importa es que el concierto ha comenzado, que tienes a Iggy Pop en el escenario a un palmo de tí. Lo único que sientes que debes hacer es levantarte de la butaca y bailar. No vuelves a sentarte en toda la velada para rendirle pleitesía. La mitad del primer tema te lo pasas llevándote tu mano derecha con los dedos juntos hacia la sien, al estilo del saludo militar. “A sus órdenes, mi coronel”. Y durante el resto del concierto no paras de intercambiar energía con el viejo Iggy y con el resto del Kursaal. En el transcurso, chocas un puñado de veces tu puño cerrado con el de Iggy.
Casi ya ha finalizado el concierto. La música (bendito repertorio Stooge) ha dejado de sonar, pero Iggy Pop, con su torso desnudo todavía se despide del público donostiarra saludando con los brazos al aire y haciendo sus típicas muecas. Ya de espaldas al público, se dirige arrastrando la importante cojera que gasta desde hace lustros hacia el fondo del sombrío telón, tras el cual se pierde la silueta de su espalda retorcida. Ahora sí que ha finalizado el concierto.
Cuando abandonas el auditorio, en el puesto de merchandise ves a la venta un libreto de la gira en cuya introducción el propio Iggy define de manera certera las emociones que hemos vivido durante el concierto (tanto él como nosotros):
GRACIAS.
Siempre quise hacer ésto.
Siempre me sentí como una mierda haciendo cualquier otra cosa.
La vida real me cansa.
Vine aquí esta noche a tocar música con sentimiento.
Tú viniste aquí a encontrar algo.
Era simplemente un crío de ningún lugar cuando empecé.
Todavía sigo siendo el mismo.
Nunca pensé acerca del dinero, excepto para comer o colocarme.
Lo único que sabía acerca de las estrellas del rock era que los ricos vivían en castillos, mientras que los molones conducían en moto.
Más tarde descubrí que los ricos eran huecos y que los molones enferman.
No puedo verdaderamente andar, correr, ver o escuchar, pero todavía me gusta tocar.
Tengo una banda caliente, realmente caliente, y te tengo a ti, eso es todo lo que necesito.
Estos son tiempos duros y creo que la mayoría de gente se siente sola entre el público.
Así que gracias por aparecer, que tengas una gran noche.
IP ‘22
Volviendo al concierto, hay tanto que contar que no sabes ni cómo, ni por dónde empezar. Así que será mejor ir a flashes.
Has tenido el PRIVILEGIO, el HONOR, el PLACER, la SUERTE, la FORTUNA, el REGALO, el HOMENAJE de ver el concierto de IGGY POP en el KURSAAL, en DONOSTI… desde la PRIMERÍSIMA FILA.
Lo deberías dejar aquí, pero prosigues.
Concierto MÍTICO, HISTÓRICO, MEMORABLE, MÁGICO, INOLVIDABLE, IMPACTANTE, ÉPICO.
En escena había dos tipos diferentes: uno, James Osterberg y el otro Iggy Pop. Sensaciones encontradas. Haciendo honor a la realidad, has visto a un señor mayor realmente hecho mierda físicamente (¡75 añazos a su ritmo de vida!). El desplome respecto a las veces anteriores es bestial. Está finalizando de completar una agotadora gira europea de cuatro meses con conciertos materializándose muy asiduamente (éste pájaro no se puede permitir el ritmo más pausado de los Rolling Stones de tocar un concierto por semana). Si James Osteberg no necesitase mantener su estilo de vida de alto standing en su chalet de Miami, seguro que preferiría estar tranquilamente en el jardín de su casa leyendo y en compañía de su cacatúa, dejando atrás de una vez por todas el disfraz del personaje Iggy Pop, sin tener que actuar delante de nuestros putos caretos. El señor Osterberg únicamente aspira a ser “LIBRE”. Parece trasmitirlo en palabras a través de “I wanna be free”, “I’m sick of you” o “I’m an old man and death is near… but let’s make a laugh of it” (antes de tocar el tema “Death Trip”).


Que James Osterberg aspira a ser «LIBRE» también lo atestiguan el título y la portada del último disco que Iggy Pop está presentando: «Free». Fue publicado en septiembre de 2019 y la falta de «libertad» que empezó a imperar en el mundo poco después, imposibilitó que el disco fuera presentado en directo tanto en 2020, como en 2021. Dos años perdidos para James Osterberg. También para Iggy Pop. Así como para todos nosotros.
También resulta representativa de la ansiada «libertad» la imagen de la portada: la silueta de un James/Iggy desnudo en el ocaso, en plena soledad, bajo un cielo encapotado y frente a una bajamar lúgubre, adentrándose en las profundidades del vasto océano. Simboliza el retorno a su lugar de nacimiento, a las interioridades de la Madre Océano de la que provenimos todos los seres vivos. Un canto de cisne. Ciertamente, resulta un retrato sombrío, si bien bello, transmitiendo a su vez una sensación de sosiego. Como si el hombre hubiera finalizado de pagar por todos sus pecados y pudiera por fin estar en paz consigo mismo y descansar por siempre. En armonía. LIBRE.

Sobre el escenario, en contrapartida con James Osterberg, el monigote Iggy Pop todavía tira adelante aún con el depósito en reserva, te da todo lo que tiene/puede (cosa que ha hecho siempre) y con tres cuartos de siglo a sus espaldas no se le puede pedir más. Es más, ¡bastante ha dado! (en este concierto y a lo largo de toda su carrera). Ha sido un concierto memorable con sensación agridulce de despedida. Tu “tío bastardo” en la lejanía, aquel que parecía incombustible, arrasado por el paso del tiempo. En cualquier caso, el concierto ha sido memorable. Todo muy solemne, en el mejor sentido de la palabra.
Simplemente te queda estar agradecido por haber vuelto a tener esta oportunidad, que parece como si el tipo… el PUTO IGGY POP… en esta ocación hubiera venido a tu propia casa a despedirse por una última vez.
Puedes resumirlo todo con las palabras que ha dicho un hombre del público (más o menos de la misma edad que Osterberg) que está sentado también en primera fila a tu derecha, todavía en peores condiciones físicas que la Iguana, ya que necesita de bastón para mantenerse erguido y al que el cantante ha tenido la deferencia de ser al único que ha cedido el micro: “God save Iggy!”.

Otro momento que quedará para la posteridad: cuando el concierto lleva como una hora (durante el tema “I’m sick of you”), Iggy tropieza con el bafle de la guitarrista y cae al suelo como un saco de plomo, pegándose la hostia mayor de 2022. En vista de su fragilidad actual, durante unos instantes reina el desconcierto, ya que lo tienen que levantar del suelo entre dos tipos del equipo e Iggy se muestra realmente aturdido. Los músicos, sin embargo, no dejan de tocar y lo más sorprendente es que, de repente, como por arte de magia, se vuelve a poner en pie y resucita ante la ovación del auditorio. ¿Se trata de “teatro” para buscar el aplauso fácil y lo ha venido haciendo en todos los conciertos de la gira o ha sido una caída fortuita? Según crónicas de otros conciertos y comentarios de otros asistentes que se han publicando en internet, en otros no ha sucedido ésto. ¡Es más! ¡Parece ser que tras el concierto de Donosti se lo han tenido que llevar al hospital para comprobar si se ha roto algo!
En el fabuloso libro de Jaime Gonzalo “The Stooges: Combustión espontánea”, Iggy cuenta su primera experiencia en saltar desde el escenario al vacío:
“La primera vez que practiqué un stage dive fue cuando teloneamos a los Mothers of Invention en el Grande Ballroom. Me daba miedo ser el primero, quería que nadie olvidara un concierto de los Stooges, así que me lancé en picado. Caí como un niño que hubiera tropezado, y dos muchachas muy robustas se acercaron… intenté caer sobre ellas pero se apartaron y me la pegué. Sangre a chorros y un diente roto. Durante mucho tiempo nadie reaccionó a lo que hacía hasta que todo empezó: las chicas se acercaban, los tíos agitaban el puño o me enseñaban el dedo”.
Este relato tiene ciertos paralelismos con lo sucedido sobre el escenario del Kursaal, con la principal excepción de que 50 años atrás con los Stooges a principios de la década de los años 1970’s, un joven y atlético Iggy Pop kamikaze se rompió los morros tirándose aposta, mientras que en Donosti, un anciano y quebradizo James Osteberg a punto ha estado de romperse la cadera a causa de la falta de reflejos causada por la edad, hasta que ha resurgido de sus propias cenizas. No obstante, en ambos casos el resultado es idéntico: la ovación desmedida del público.
Es que ha sido una hostia tan tremenda que uno piensa “no puede ser verdad”. Y tú lo has podido ver con todo lujo de detalle, ahí en pleno centro desde la primera fila. Vaya que si lo has visto bien…
Has podido comprobar que el golpe en seco es en serio, no es un “me tiro al dulce césped”. Pero es que después de que Iggy haya estado un rato aturdido en el suelo, y la banda que sigue tocando, al levantarlo los pipas (es que lo tienen que poner en pie, literalmente, como a un espantapájaros), ipso facto, vuelve en sí, se toca la nariz y la boca a ver si sangra y en lugar de ponerse a quejar o a llorar como una niña o retirarse al vestíbulo, se limita a sonreir socarrón al público como diciendo “menudo hostión, ¿eh?” y sigue a piñón fijo el hijoputa.
Este es nuestro Iggy Pop.
El bueno de Iggy Pop.
Hace poco has leído en algún lugar que hoy en día, a cualquier evento de mierda de lo más convencional se le regala el apelativo de “épico” de la manera más vacía y banal.
El hostión que se ha pegado el IGGY POP de 75 años en el KURSAAL y su reacción… eso sí qué ha sido ÉPICO, ¡mecagondios!
